martes, 27 de enero de 2015

EL AMOR EXPANDIDO POR TODO EL UNIVERSO por Omraam Aivanhov

EL AMOR EXPANDIDO POR TODO EL UNIVERSO
por Omraam Aivanhov

Si preguntáis a un hombre qué es lo que ama en una mujer, os responderá que su pecho, sus piernas, su boca, sus cabellos o sus ojos...

Sí, la naturaleza utiliza esas formas atrayentes, apetecibles, para un fin determinado; para evitar la desaparición de la especie humana, ha creado esas bonitas piernas yesos hermosos cabellos para incitar a los hombres y a las mujeres a poblar la tierra. Pero las formas sólo son la apariencia; y los enamorados no saben que, en realidad, lo que les atrae es algo misterioso que se encuentra más allá de las formas: una emanación, un fluido; y cuando desaparece esta emanación o este fluido, ya no se sienten atraídos. ¿Por qué a veces no son atraídos por las mujeres más bonitas y las mejor formadas? Se las admira, pero no se las busca, no se enamoran de ellas. Mientras que otras chicas que no son tan bellas ni están tan bien formadas, producen un efecto extraordinario.

Omraam Aivanhov 
Eso prueba que la atracción no depende únicamente de las formas, de la belleza, de la simetría del cuerpo, sino de otro elemento espiritual, mágico. Por eso, la gente dice que es un fenómeno inexplicable. En realidad es explicable, pero sólo para aquellos que saben. Pero entonces esta vibración, este fluido que os hace felices, que os da la plenitud, ¿sólo se le puede encontrar en un hombre o en una mujer? No, se le puede ir a buscar a la región de donde ha venido. Porque procede de otra parte, no es la persona la que lo ha elaborado, procede de una fuente, de un Creador que lo ha distribuido, y es una pena que la mayor parte del tiempo se le dé la espalda a esta fuente inmensa e inagotable, y se vaya a buscarlo en los hombres y en las mujeres, donde sólo se pueden encontrar algunas partículas del mismo.

Sí, es el amor lo que se busca, no es un hombre o una mujer. La prueba está en que un hombre abandona a su mujer (o una mujer a su marido), porque él ha encontrado el amor en otra parte, en otra mujer. No era pues la mujer lo que buscaba, sino el amor. Y si todavía no lo encuentra en esa mujer, irá a buscarlo en una tercera... en una cuarta... Es el amor lo que cuenta, y no la mujer o el hombre; de no ser así, no se separarían jamás.

El amor existe, en realidad, en todo el universo. Es un elemento, una energía que está distribuida en todo el cosmos y que los humanos pueden recibir a través de su piel, sus ojos, sus oídos, su cerebro ...

El amor está en todo, y es una planta la que me lo ha revelado, porque, ya os lo he dicho, yo me instruyo con las piedras, las plantas, los insectos, los pájaros ... Un día, en Niza, vi una planta que vivía suspendida en el aire; extraía el agua y el alimento de la atmósfera. La miré mucho tiempo, y me dijo: «Puesto que he conseguido encontrar el elemento que me es indispensable - mi amor - en el aire, ¿por qué introducirme en la tierra como lo hacen mis compañeras? He encontrado el secreto: extraigo todos los elementos para mi subsistencia del aire.» Entonces medité sobre esta planta y comprendí que los humanos también han sido formados para llegar a extraer el amor de la atmósfera y del sol.

Pero para eso deben aprender a desarrollar esos centros superiores que
en la India llaman chacras. El amor es una energía, un fluido, una quintaesencia que existe por todas partes en el universo: en los océanos, en los ríos, sobre las montañas, las rocas, la hierba, las flores, los árboles, la tierra y sobre todo, en el Sol. El amor es una energía cósmica de una abundancia y una diversidad inauditas. Dios, que es sumamente generoso, jamás dispuso que los hombres encontraran el amor sólo en ciertas partes del cuerpo humano. De no ser así, ¡qué avaricia por su parte! Dios es mucho más generoso, mucho más tolerante. Él ha distribuido el amor por toda la naturaleza. Los ignorantes, que sólo van a buscarlo en el hombre o en la mujer, no siempre lo encuentran, mientras que los Iniciados que van a buscado en el espacio, jamás se sienten privados del mismo. Pero desde hace millones de años, los humanos se han acostumbrado a considerar las cosas de otra forma, y ya no pueden creer que es posible vivir y amar sin enterrar sus raíces en el suelo.

Buscáis el amor, pero lo buscáis donde todo el mundo lo busca, en sitios conocidos, atávicos, que os parecen fantásticos, pero en los que aquél no se expresa plenamente. Ciertamente hay un poquitín, apenas algunas partículas, las cuales no son suficientes para alimentar y transformar verdaderamente a aquellos que querrían beber el océano entero. Así pues, los sedientos deben ir a buscado a otra parte.

¿Por qué esperamos encontrar a un hombre o a una mujer para sentir amor? De ahí nacen las limitaciones, las desgracias, las dificultades, la dependencia. Ni siquiera los verdaderos grandes Maestros pueden vivir sin amor, pero ellos lo buscan, lo encuentran y lo recogen en el espacio, y después lo distribuyen por todas partes alrededor de sí mismos. Continuamente están sumergidos en el amor: ellos respiran amor, comen amor, contemplan el amor, piensan sin cesar en el amor. Por ello no necesitan esperar a que la mujer se lo dé: ellos ya lo tienen, está ahí, les colma. ¡Es formidable! Entonces, ¿por qué buscarlo en otra parte? ¿Por qué destruir esas sensaciones de plenitud calentándose la cabeza?

Yo no estoy contra el amor sino todo lo contrario; únicamente digo que hay que aprender a encontrarlo por todas partes, porque el amor está en todas partes, como el rocío. ¿Qué es el rocío? Es agua evaporada contenida en la atmósfera que sólo se hace visible cuando se condensa por la mañana sobre las plantas. Sí, ahí lo tenéis, el rocío no es otra cosa que una especie de amor condensado... ¿Y los rayos del  sol? Una especie de amor proyectado...
¡En la naturaleza, todo es amor! La fuente, el verdadero origen del amor es Dios. Pero, ¿no hay algo más cercano a nosotros, una maravillosa imagen de la fuente divina? Sí, el sol, que también es una fuente inmensa y generosa.
Mirad, toda la creación se beneficia de su presencia, porque es él quien, con su amor, infunde la vida en las hierbas, las plantas, los árboles...
Los vegetales están continuamente expuestos a su luz y de ellos recibimos después la vida.

Por ello, el discípulo que desee conocer lo que es la verdadera vida, el verdadero amor divino, camina hacia la fuente, hacia el sol, y mirándolo, meditando, amándolo, haciéndolo penetrar más y más en sí mismo, como un fruto expuesto al sol, recoge esas partículas de vitalidad que después puede distribuir a los demás para vivificados, iluminados. En eso consiste el verdadero amor, y no solamente en abrazar a los hombres o a las mujeres y en acostarse con ellos.

De momento el sol no os dice nada, pero cuando hayáis derramado muchas lágrimas y os hayan desplumado, entonces comenzaréis, por fin, a buscar este amor del sol, porque él, al menos, no os hace sufrir, no os quita nada, al contrario, ¡él os da! Pero yo sé por qué los hombres y las mujeres no buscan el amor en el sol: se debe a que no se sufre junto a él, y ellos necesitan sufrir. ¡Sí! Así pues, para encontrar esos sufrimientos, van a buscar a hombres o a mujeres. Ahí, al menos, es seguro que encontrarán complicaciones y contrariedades. Mientras que con el sol, jamás... Excepto si no lleváis sombrero; entonces, sí, ¡protegeos de la insolación!

Ahora bien, no deduzcáis de todo lo dicho que yo condeno las relaciones sexuales. Mi papel es mucho más difícil de lo que podáis imaginar. Yo soy un instructor, un guía espiritual, y si expongo esta cuestión como lo hago, es para aquellos que son capaces de ir más lejos en la comprensión del amor. Pero los demás, por Dios, que hagan lo que puedan. Cuando veo a alguien que está construido como un mastodonte, no le digo que viva como un asceta; yo no soy un fanático. Sé que la cuestión del amor y de la sexualidad debe ser resuelta por cada uno según su naturaleza. Por lo tanto, a aquellos que tengan posibilidades de perfeccionarse, debo ayudarles, darles métodos, de lo contrario se extraviarán, lo cual sería una lástima. He visto muchas personas que buscaban algo sin saber exactamente qué, y como nadie era capaz de instruirles, terminaban por extraviarse. Pero aquellos que están casados tienen deberes, el marido para con la mujer y la mujer para con el marido. Yo siempre he dicho que
sobre esta cuestión de las relaciones sexuales, los matrimonios deberían
tornar decisiones juntos. Digo bien: no por separado, juntos.

Desgraciadamente, no siempre se hacen así las cosas. O es la mujer quien es desgraciada porque su marido decide bruscamente vivir como un asceta y la mira como una encarnación del Diablo, o es el marido el que sufre porque su mujer se hace la mosquita muerta. Es deseable que, aun casados, los hombres y las mujeres puedan espiritualizarse, sublimar su amor, pero con el consentimiento mutuo.

Para evitar malentendidos, repetiré que ante todo es necesario que los dos, marido y mujer, estén de acuerdo; y después deben caminar poco a poco sin abandonar bruscamente las relaciones, porque entonces enfermarían. Imaginad que alguien fuma cuatro paquetes de tabaco diariamente. Si deja bruscamente de fumar, va a sufrir terriblemente.
Pero si lo deja poco a poco, progresivamente, su organismo se adaptará, y un día podrá dejar de fumar completamente sin sufrir. Sí, en todo hay que saber cómo proceder.

Evidentemente, no soy tan inocente como para creer que lo que digo va dirigido a todo el mundo. Entre millones y millones de hombres, apenas hay dos o tres que estén preparados para comprender verdaderamente lo que es el amor y vivirlo. Esa es la realidad, la triste realidad. Pero eso no es una razón suficiente como para no instruir a esos dos o tres y lograr que se animen y adquieran confianza y fuerza, en lugar de dudar, vacilar, y volver atrás, uniéndose a la masa de todos aquellos que son débiles, primitivos y sensuales. Yo me veo obligado a hablar, no para todo el mundo, sino para los pocos que buscan nuevos caminos.